
¿Ves?, anochece. Feroz, erizada de púas,
la valla de roble y la barraca flotan, aspiradas por la noche.
El cuadro de nuestro cautiverio escapa a la lenta mirada,
y sólo la razón -sólo ella- conoce la tensión de la alambrada.
¿Ves, amada? Aquí hasta la fantasía sólo así cobra alas.
Nuestros cuerpos magullados serán disueltos por el sueño hermoso, liberador,
y entonces todo el campo emprenderá la marcha.
Harapientos, rapados, roncando, los prisioneros echan a volar
desde las cimas ciegas de Serbia hasta ocultos parajes de la patria.
¿Existen todavía esos parajes? ¿Y qué ha sido de nuestras casas?
¿Las omitieron las bombas? ¿Están como cuando partimos?
Y ese que gime a mi derecha y el que yace a mi izquierda, ¿regresarán?
Dime, ¿hay todavía una patria donde comprendan este hexámetro?
Sin poner los acentos, tanteando en cada renglón,
escribo en la penumbra, escribo como vivo,
casi sin ver, recorriendo el papel como una oruga:
la lámpara, el cuaderno, todo me lo quitaron los guardianes.
Ningún correo llega, sólo la niebla aplasta la barraca.
Entre falsos rumores y parásitos aquí viven franceses, polacos,
italianos ruidosos, serbios separatistas, judíos melancólicos.
Cuerpos febriles y rotos que, a pesar de todo, viven una vida,
esperan buenas nuevas, palabras femeninas, un libre destino humano,
y, mientras llega el fin, envueltos en la espesa penumbra, milagros.
Estoy tendido en la tabla, entre insectos, animal cautivo. El asedio
de las pulgas se reanuda, pero el enjambre de las moscas se ha calmado.
Ya es de noche. ¿Ves? El cautiverio es un día más corto
y la vida también es un día más corto. El campo duerme. El paisaje
se baña en la luna y los alambres se atezan de nuevo en su luz,
y, a través de la ventana, las sombras de los guardias armados
marchan proyectadas en el muro entre los rumores de la noche.
El campo duerme. ¿Ves, amada? Se escucha el susurrar del sueño,
alguien gime sobresaltado, gira en el camastro, y
cae otra vez, pálido, en el sueño. Sentado, sólo yo velo,
en mi boca una colilla reemplaza el sabor
de tus besos, y no acude el sueño sosegante
pues sin ti ya no puedo morir ni vivir.
Yet, I write, and I live in the midst of this insane world like
that oak there: it knows that it is to be cut down,
and although it is marked with a white cross,
indicating that tomorrow the area will be cleared
by the woodcutter - while expecting him, it puts forth a new leaf.
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